Augusto Salvatto
¿Cuándo se va todo a la mierda?
Esta pregunta se repite en todo tipo de mesas. Es diciembre y hace un calor de recagarse.
Defina “irse a la mierda”. Para muchos argentinos el irse a la mierda está eminentemente relacionado con la memoria más reciente de un estallido: el 2001. Neumáticos quemados en las calles, asambleas populares en las plazas, gente prendiendo fuego mobiliario del Congreso de la Nación, intentando ingresar en la Casa de Gobierno, y saqueando comercios. Un presidente se va en helicóptero. Muertos. Cinco presidentes en una semana y todo el circo gatopardista de la gran revolución social que tumbó a un gobierno y no cambió nada.

Todo eso para que vuelva al poder - sin mediar elecciones - la fuerza política que había instalado ese régimen que ahora condenaba a muerte para salvarse a sí misma. Es más: Después de todo el quilombo llegaba al poder la misma persona que era Vicepresidente cuando se sancionó la Ley de Convertibilidad en abril del 91. En el medio se hizo el desentendido, claro. Argentina, república conservadora.
Si esa es la definición que tienen de irse a la mierda, creo que lo que está pasando es incuso peor. Ocurre una desesperante y sostenida decadencia. Nuestro día a día transcurre en el acostumbramiento y la resignación. No importa donde levantemos la alfombra, parecería que lo más probable es que encontremos mugre. Vamos buscando al forma de comprar dólares, o de importar insumos, o de atravesar un piquete mientras perdemos la capacidad de sorpresa. Regulaciones absurdas detrás de las que hay alguna caja, espionajes ilegales dentro del mismo partido, amenazas cruzadas entre dirigentes, la búsqueda del poder por el poder mismo y un régimen de empleo público y financiamiento de los partidos que expulsa el talento y la honestidad para reemplazarlo por el alcahuetismo.
Quizás lo más exasperante es que, ante esta situación, no se discuten en público los verdaderos problemas que azotan al país, como por ejemplo que exportamos mucho menos que hace veinte años, que tenemos un sistema educativo obsoleto, un mecanismo de financiamiento de la política sencillamente corrupto, un sistema de empleo público absurdo, un régimen laboral del siglo pasado, y un sistema institucional profundamente centralista, injusto y que favorece la corrupción. Pareciera que se eligieran a propósito temas irrelevantes para debatir.
Ya se fue todo a la mierda.
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Epilogo para optimistas: Sí, se fue todo a la mierda. Pero eso no quita la existencia de enormes talentos en distintos ámbitos que todavía habitan esta tierra cada vez más desigual en todo sentido. Hay margen para construir algo distinto, cada uno desde el lugar que crea que pueda aportar más y mejor.
Tampoco se van a quedar tan fácil con este maravilloso país. Tampoco se va a imponer el derrotismo, la resignación y el acostumbramiento. Ya te vas a despertar, Argentina.